“Rosa Luxemburgo y los bolcheviques”, por Rudolf Rocker

En julio de 2018 apareció la última obra del historiador y escritor Rodrigo Quesada Monge: “Rosa Luxemburgo. Utopía y vida cotidiana”, magno estudio biográfico de la renombrada intelectual y militante comunista que EUNA (Editorial de la Universidad Nacional de Costa Rica) y Nadar Ediciones han co-editado en un trabajo mancomunado.

En la antesala del centenario de su muerte, en manos de quienes conformarían el militarismo nacionalsocialista, volvemos a revisar su vida, obra y pensamiento, escasamente difundido en el mundo latinoamericano, considerando el amplio alcance de sus reflexiones sobre marxismo, imperialismo, revolución, democracia e, incluso, botánica.

Para ir consultando otros materiales sobre Rosa Luxemburgo (1871-1919), presentamos el siguiente artículo de Rudolf Rocker (1873-1958), recordado historiador y teórico anarquista alemán, autor de libros como Nacionalismo y cultura y Anarco-sindicalismo: teoría y práctica, donde se expone, en líneas generales, la postura crítica de Rosa Luxemburgo ante el proceso que se estaba desarrollando en Rusia, a ocho meses de su puesta en marcha. El artículo fue publicado en el periódico neoyorquino Die Freie Arbeiter Stimme y traducido para el periódico La Protesta (Buenos Aires, número 13, año 1922).


El partido comunista de Alemania no tiene suerte. Todo le salió al revés en los últimos tiempos. No es extraño que la cantidad de sus miembros disminuya cada día y que su bancarrota completa sea cada día más segura. Su infortuna­da acción en la Alemania Central, en marzo del pasado año, fue un golpe te­rrible para el partido, que le costó mu­chos socios y aún más simpatizantes en los círculos de la clase obrera. Carac­terístico para los comunistas alemanes, es el hecho de que grupos enteros se volvieron a adherir al viejo partido social-demócrata, después del último le­vantamiento. Pero el peor golpe para el partido comunista lo dio Paul Levi, el exjefe de ese movimiento, quién atacó abiertamente y sin consideraciones a la central del partido al desgarrar, despia­dadamente el velo que cubría las verda­deras causas de la acción inconsulta de marzo de 1921. Bueno, de Levi se libra­ron; se le excomulgó y expulsó del par­tido. Las mejores cabezas que el partido poseía se fueron con él y los que queda­ron — los Pick, Brandler, Hekert, Eterlein, etc., — están espiritualmente mane­jados por Zeda.

Luego ocurrió otra desgracia. Cuan­do Clara Zetkin fue a Rusia, la policía alemana le quitó los documentos secre­tos del último levantamiento de marzo, que aquélla llevaba a Moscú, para que el Comité Ejecutivo de la Tercera Internacional pudiera fallar. A causa de esos documentos, la vieja central del partido co­munista de Alemania, se ha comprome­tido espantosamente. No solamente ante la policía alemana — que no hubiera sido lo peor — sino también a los ojos de todo el movimiento obrero alemán. De los pormenores de ese affaire es­cribiré un artículo especial. La publi­cación do los documentos secretos de los comunistas, originó un caos dentro del partido, creando una poderosa oposición que exige nada menos que la renuncia de la central actual.

En medio de ese caos, acaba de esta­llar una nueva bomba: Hace unos días Paul Levi publicó un manuscrito de Ro­sa Luxemburgo, escrito durante el verano de 1918, en la cárcel, el que contiene una crítica severa a la táctica de Lenin y Trotsky y a sus adeptos bolcheviques. Es característico el hecho. Los comunis­tas de Alemania habían resuelto quemar los manuscritos una vez asesinada Rosa Luxemburgo por los reaccionarios ale­manes, para que su verdadera opinión respecto del bolcheviquismo no fuera nunca conocida públicamente. Gracias a Levi, esos papeles se han salvado, y estamos hoy en condiciones de conocer cómo una mujer de la talla moral de Rosa Luxemburgo, concibió la dictadura bolchevique en Rusia.

Rosa Luxemburgo y Franz Mehring, fueron, sin duda, los cerebros más robustos, los espíritus más sanos del jo­ven partido comunista alemán, que poco antes de su muerte fue fundado. Liebcknecht, Mehring y Rosa Luxemburgo, los jefes más conocidos y populares del nuevo partido, observaron, ya unas semanas después de su desarrollo, esa época hermosa, y feliz, cuando el idealismo de la revolución había embargado todos los corazones y cuando todos creían que Alemania estaba en el dintel de un nuevo y mejor porvenir. La muerte de Franz Mehring y el fin trágico do Carl Liebcknecht y Rosa Luxemburgo fue un golpe terrible para el joven movimiento, que entonces aún no había definido sus propósitos y sus deseos. Todos los elementos radicales de la vieja socialdemocracia, que estaban desilusionados de la política de los viejos dirigentes, se ad­hirieron al nuevo partido, en el que vie­ron el verdadero representante del pro­letariado. Con la pérdida que ese nuevo partido sufrió con el golpe dado a sus mejores y más hábiles dirigentes, perdió la posibilidad de educar a esa masa descontenta hacia una dirección deter­minada y de ofrecerles una idea y tác­tica clara. Toda una manada de aventu­reros políticos, espiritualmente nulo, se hicieron cargo de la herencia de Carl Liebcknech y Rosa Luxemburgo, convirtiendo en un desbarajuste todo el nuevo mo­vimiento. El centralismo férreo que el partido copió de los bolchevique rusos y del que Liebcknech prevenía a sus adeptos, dio a los liliputienses espiritua­les un poder ilimitado que en sus manos estranguló toda señal de independencia y de iniciativa personal. La central del partido comunista alemán se convirtió en órgano atento a los dictadores de Moscú y que cumplía todas las órdenes suyas con puntualidad. Solamente de esa manera se explica la rápida decadencia del movimiento comunista en Alema­nia y el horripilante crimen de la última acción de marzo en la Alemania central.

Por esa razón es doblemente interesante la opinión de una mujer tan espiri­tual como Rosa Luxemburgo, sobre el bolchevismo ruso y sus métodos, adquiriendo más importancia porque ella estaba bien interiorizada de las disposiciones rusas y de la constelación de los diversos partidos políticos. Oigamos, pues, lo que pudo haber dicho Rosa Luxemburgo del bolchevismo y sus métodos en Rusia:

“La práctica del socialismo exige una completa revolución espiritual de las masas, que se alcanzó en centenares de años de dominio de clase de la burguesía. Instintos sociales han de desarrollarse en lugar de los actuales sentimientos egoístas, iniciativas de las masas en vez de la podredumbre espiritual, un idealismo que conduzca al hombre sobre todos los sufrimientos, etc. Nadie lo sabe mejor, lo exige más imperiosamente, lo repite tan frecuentemente como el mismo Lenin; Pero los recursos de que se vale, son totalmente opuestos. Decretos, violencia dictatorial de los comisarios en las fábricas, castigos draconianos y dominio por el terror, todo eso son recur­sos que obstaculizan el renacimiento de la sociedad. El único camino a seguir para ese nuevo renacimiento, es la es­cuela de la vida misma, una vasta e ili­mitada democracia, una opinión públi­ca. Es el predominio del terror el que desmoraliza. Si todo eso no existe, ¿qué queda, pues, entonces? Lenin y Trotsky han declarado que solamente los soviets son los únicos verdaderos representantes del pueblo trabajador y no las corpora­ciones representativas que resultan del sufragio total del pueblo. Pero con el estrangulamiento de la vida política en todo el país, se paraliza también la vida de los soviets. No habiendo elecciones generales, libertad ilimitada de prensa y de reunión, lucha de opinión libre, han de morir las instituciones públicas, dejando atrás solamente una vida fan­tástica, dónde la burocracia es el úni­co elemento activo. Es una ley que nadie podrá evitar. La vida pública se adormece poco a poco, unas docenas de jefes de partido, con energía inagotable y un idealismo ilimitado, lo dirigen todo y gobiernan. Habrá entre ellos quizá una docena de hombres capacitados, y son los que tienen la dirección. De tiempo en tiempo se convoca a la gente traba­jadora a una asamblea, donde se aplau­de los discursos de los dirigentes y se aprueban unánimemente las resoluciones. Pero en realidad, es el dominio de un grupito, en verdad es una dictadura, pero no la dictadura del proletariado, sino la dictadura de un puñadito de po­líticos, es decir, una dictadura en el sentido burgués, como el dominio de los ja­cobinos. Más aún. Un estado semejante ha de llevar a un embrutecimiento de la vida pública: atentados, fusilamien­tos de rehenes, etc.”

Esa crítica destructiva del régimen bolchevique en Rusia fue escrita ocho meses después que los bolcheviques se habían posesionado del poder. Así es que Rosa Luxemburgo preveía toda la evolución en Rusia del “comunismo”, comprendió cuáles serían las consecuen­cias de un experimento tan fatal, y no se engañó. Todas sus profecías se cum­plieron. El bolcheviquismo mató en Ru­sia toda la vida espiritual y sofocó to­do interés social en la muchedumbre. Durante cuatro años de dictadura, Rusia se convirtió en un cementerio político y la violencia organizada, como lo ha previsto Rosa Luxemburgo, desmoralizó toda la sociedad rusa.

Con toda su energía combatió Rosa Luxemburgo el sistema de despojar el derecho a las masas, que Lenin y Trotsky presentaron como el fundamento de una verdadera “política proletaria”. De­muestra que toda restricción en ese sentido ha de sofocar la verdadera fuente de la iniciativa del pueblo. También Rosa Luxemburgo defiende la dictadura, pero ella comprende bajo ese calificati­vo el “empleo de la democracia y no la supresión de la democracia”. La repre­sión de la libertad democrática es para ella un principio de dictadura burguesa, el establecimiento de las libertades democráticas es la verdadera expresión de la dictadura proletaria. A la observación de Lenin respecto de la torpeza mecáni­ca de las instituciones democráticas, contesta lo siguiente:

“Cuanto más democrática es una insti­tución, cuanto más vivo y vigoroso es el latido del corazón de la vida política de las masas, más directa es su eficacia, a pesar de las etiquetas partidistas y las listas electorales envejecidas, etc. Evi­dentemente, cada institución democráti­ca tiene su límite, pero lo propio ocurre con todas las instituciones humanas. Pero la medicina que Lenin y Trotsky descubrieron es peor que la enfermedad qué quieren curar. Tapan totalmente la fuente vital, que es por sí sola capaz de mejorar las restricciones naturales de todas las instituciones sociales: la vida política activa, ilimitada y enérgica de las masas del pueblos”.

Rosa Luxemburgo combatió con todas sus fuerzas toda restricción a la libertad pública, porque opinaba, que sin libertad política es imposible de manera  alguna la educación política de las ma­sas. Por esto decía:

“Libertad solamente para los partida­rios del gobierno, o solamente para los miembros de un partido — todo lo nu­meroso que sea — no es libertad. Libertad quiere decir siempre la que tiene el que piensa lo contrario. No lo digo porque sea partidaria fanática de la jus­ticia, sino porque en eso consiste la par­te instructiva, sana y pura en la esen­cia de la libertad, y todo eso se pierde, cuando la libertad so convierte en un privilegio”.

Son palabras que no podrían ser mejor expresadas por un anarquista. Espe­cialmente importante es la actitud de Rosa Luxemburgo respecto a las relaciones psicológicas de la clase trabajadora alemana en su lucha actual:

“El despertar de la energía revolucionaria en la clase trabajadora alemana jamás se efectuará por los viejos méto­dos restrictivos de la socialdemocracia: tampoco por ningún hipnotismo de las masas, o en la fe ciega de alguna auto­ridad descabellada; llámese “instancia superior” o el “ejemplo ruso”, tanto da. No ha de nacer la capacidad histórica de acción en el proletariado alemán, por la creación de una disposición revolucio­naria vocinglera, sino en cuanto el obre­ro conciba toda la temible seriedad y toda la complejidad del problema, sola­mente por su capacidad política, su independencia interna y su capacidad de sentencia crítica, que la socialdemocracia alemana, durante decenas de años, estranguló sistemáticamente”.

Esas palabras son el más terrible fallo condenatorio contra el partido comunis­ta en Alemania, cuya misión principal fue hasta ahora hipnotizar las masas con palabras altisonantes y “tesis” ru­sas. Los comunistas hicieron de Rosa Luxemburgo una nueva santa de su cau­sa, a pesar que sus dirigentes conocían muy bien su actitud respecto al bolchevismo y sus sostenedores. Con eso queda demostrado toda la incapacidad intelectual de los representantes del partido comunista, que está siempre pronto para enlodar toda tendencia contraria, del modo más asqueroso. Los dirigentes de ese partido no se cansaron nunca de lla­mar contrarrevolucionario a todo él que se atrevía a defender ideas como las expresadas por Rosa Luxemburgo, sabiendo al mismo tiempo que la mujer, que públicamente convirtieron en una mártir de su movimiento, en realidad defendía concepciones bien distintas. Una hipocresía más ruin no se ha visto ni oído hasta la fecha.

Pero nosotros estamos convencidos, que esa voz del sepulcro no dejará de influir y de ayudar a romper la influen­cia hipnótica de esa nueva reacción, que desbandó todo el movimiento obrero du­rante los últimos cuatro años, introdu­ciendo un caos en el mundo ideológico del socialismo.

RUDOLF ROCKER